viernes, 13 de enero de 2012

La tristeza y el entusiasmo bailan un vals (por Carol J. Ángel)

A veces, en los días de domingo como hoy, no sé cómo sentirme ni cómo pensarme desde que llegué aquí, a esta tu ciudad que no es la mía. Lo siento si te hice sentir un poco abrumado e incómodo con la insistencia de tu compañía. Y te pido perdón por salir a la ventana a gritar tu nombre, es que finalmente encontré la agenda que tanto buscabas, la que te demoró 10 minutos más en casa y que te puso de mal humor al saberla pérdida, ya que tenías que estar afuera para comenzar tu día muy lejos de mi lado, muy lejos de casa. Grité tu nombre por la ventana, vi que estabas tirando la basura antes de subirte al auto. No me escuchaste. Yo estaba muy lejos o tal vez tú ya hace años que estabas lejano y no me había dado cuenta. Fue el momento clásico de una tragicomedia. Grité desesperada por la ventana, gritaba y gritaba tu nombre. Por un instante olvidé el invento de los celulares. Vi cómo te subías al automóvil, cómo encendías el motor, cómo le salía humo negro desde el exosto y cómo mirabas a nuestra ventana desde tu espejo retrovisor, como si jamás quisieras volver de nuevo, como si tu peor pesadilla hubiera bajado de ese avión apenas hace un par de meses. Apretaste el acelerador tan rápido que no alcancé a tapar mi nariz y me trague una bocanada de veneno, del gran vapor de humo negro lanzado por el carro. Me separé de la ventana y miré hacia nuestra casa, hacia nuestra mesa de comedor y, con mi cara larga de domingo de siete y treinta de la mañana, decidí inventarme mi propia historia.

Ahora, aquí en frente de la pantalla del computador, te escribo contándote lo que no puedo decirte cuando estamos cerca. La Tristeza que llevo en mi alma, no se ha ido del todo, a veces sale a pasear por ahí, y ni siquiera me dice a dónde se va. Se va largo rato y regresa y cuando regresa, espero que venga con flores y dulces y uno que otro pecadito, pero no. Ella viene a curiosear si aún hay lugar para que regrese El Entusiasmo a mi vida, ese a quien mi Tristeza tanto ama y admira.
Cuando ella llega, se encuentra con que está vacío el lugar del Entusiasmo, se da cuenta porque la puerta está abierta, no hay nadie adentro, se ha ido. Ella sospecha dónde está. Sabe que él se quedó deslumbrado cuando conoció unas tierras muy lejanas. Un día hace muchos meses, Entusiasmo comenzó a soñar y a planear y a hablar de ese lugar sin parar, tal como cuando su amigo Nadir se fue de viaje. Él lo hizo a un lugar llamado Portugal hace cinco años (eran horas y horas hablando y hablando), en lugar de un mes se quedó ocho meses. Su esposa lo odió por eso y el año pasado se divorciaron. Es que después de regresar de Portugal, Nadir no pudo más con la vida que llevaba, de empleado público, sábado de supermercado y domingos de periódico, así que decidió crear una academia de arte en el centro de nuestra ciudad natal, de la que parece tú ya te olvidaste. Allí conoció a una de sus estudiantes y fue tanta su necesidad de vida nueva que se enamoraron. Así es la vida, ¿no? Pobrecita la esposa, ella aún está enamorada de él, tienen tres hijas, pero a él no le importó. El prefirió el amor, la vida de aventura y energía, a la vida de guión y de obligación. Pienso que, como todos los artistas, Nadir no es más que un hambriento de hambre, bebedor de vida que se cansó de la vida en Modo-Susanita-de-Quino. Algo así es Entusiasmo, mastica la vida y luego de un rato camina en el aire jactándose de su buena suerte y su buena fortuna. Me parece que Entusiasmo es un chico oportunista, decidido y muy talentoso, y que mi amiga La Tristeza lo necesita en un día como hoy, cuando una bocanada de veneno me recuerda el gran error de haberme subido a ese avión. ¡Ah!, te estaba hablando de mi Tristeza, y entonces ella está de visita cada domingo, es su rutina. Viene, me pregunta si ya regresó su amigo, Entusiasmo, y yo sólo le digo que entre y lo busque porque no sé si ya llegó o, al menos, si ha pasado por aquí.

Hoy, después de que te fuiste, vino ella y se quedó en la puerta de entrada por largo rato. Pienso que esperando a que algo pasara o a que él estuviera ahí vestido de fiesta, listo para invitarla a pasear. Es que ella recuerda sus paseos con él. Hace tres semanas lo esperó toda la tarde, entonces como yo no tenía nada más que hacer y quería saber del chisme, le dije que me contara qué era lo qué hacían, por qué lo amaba tanto o, al menos, por qué creía que lo necesitaba tanto; y ahí te va lo que me dijo:
Cuando mi amiga Tristeza se encuentra con su amigo Entusiasmo, él la invita a contar las nubes y a inventarse formas que ella luego guarda en una cajita de cartón llamada "Días Caramelos" y la usa sólo en caso de emergencia. Me contó que cuando se encuentra con alguien abatido, descorazonado o deprimido ella saca una nube, por ejemplo una más algodonada que otra de color Brown o Yellow –depende del abatimiento del abatido– y se la regala para que él se la coma. Sólo hay que esperar algunos segundos y del estómago comienzan a crecerle flores con huevos de mariposa. Al principio el abatido siente náuseas y no puede vomitar, le da fiebre, siente que se va a morir; pero catorce minutos después, abre su boca y su nariz lo más amplio que puede para tomar aire, pues siente que se ahoga, y cuando exhala, después de esa profunda respiración, le salen mariposas de colores por la boca. ¿Te imaginas lo que ella hace? Me asustó un poco, no sé qué sensación será; aunque te digo, tengo un poco de curiosidad.
Luego de contar nubes, Entusiasmo hipnotiza mi Tristeza y la convierte en la mujer más bella del mundo, adorna su cuello con un collar de estrellas rojas, las más antiguas del universo, pues las amarillas son las hijas de las rojas y no sé si sabes que también hay enanas blancas. Las estrellas amarillas y las enanas blancas, que son las bebés, se las coloca en forma de corona sobre su cabello negro. Negro azabache diría yo, es el negro más hermoso que mis ojos han visto alguna vez. Luego cierran los ojos y, un par de parpadeos después, está ella desfilando por las pasarelas de París y Milán, recibiendo aplausos e invitaciones a fiestas. Ella se ríe un poco y, muy coqueta, mira de reojo a su Entusiasmo esbozando una pequeña mueca de complicidad. De París viajan en tren hasta llegar a Venecia para el baile de máscaras, imperdible y muy famoso en la región. Luego de una noche de chispeantes estrellas, le invita de la mano a tomar Martinis bien fríos en Isla de Capri, en fin, una suerte de vida que ya comienzo a entender porque lo extraña tanto. Mientras me contaba en detalle de sus paseos, sacaba de un baúl, que tenía escondido no sé donde, varios cuadernillos con fotos, recortes, folletos, papelitos de caramelos y boletos de los tiquetes de cada lugar. Además, me ha mostrado cada vestido que ha usado; no puedes imaginarlos, son de lo más estrafalario que haya podido ver antes, pero luce hermosa, parece una Diosa; de hecho, si ella no me dice que es ella y viera esto en alguna revista Marie-Claire, diría que es una de las modelos de Keinzo. Luego del paseo, la baña de besos y abrazos. Un día Entusiasmo la maquilló con algas nativas del Amazonas. Ella no podía describir la sensación de las algas en su rostro, no paraba de reír casi que ni podía entenderle, tuve que ofrecerle agua hasta que un poco más calmada me dijo qué pasaba:
–Estábamos en una fiesta en SOHO –dijo sin parar de reír–. Y conocí la música más radiante que haya podido bailar en una pista de gelatina –mirando hacia el techo–. Fue un día, casi que perfecto –(es que a ella no le gustan los días perfectos, ella dice que un día perfecto es el último día de tu vida)–. A la madrugada nos pusimos a armar un rompecabezas en una playa azul –y su cara cambió a color azul. Un poco mareados, me resbalé y una de las fichitas cayó al agua hasta confundirse con la espuma del mar –(mientras decía esto yo no podía dejar de sentir unas punzadas en mi barriguita. Llegué a preguntarme si me había comido una de sus nubes sin querer. En esas, aquí casi que no se le entendía, soltaba tantas risas y carcajadas que pensé se ahogaría antes de terminar su cuento)– y quedé atrapada en una conchita de caracol plateada –y cada vez reía más alto– que estaba vacía desde hacía unos meses y, como era una ficha de goma que en su frente tenía pintado un ojo de cangrejo, ja, ja, ja, la conchita de caracol que era pareja de esta conchita, ya sin caracol, ja, ja, ja, de seguro pensó que era su novio de la juventud que accidentalmente había perdido un ojo en una de sus tantas apuestas en el black-jack, ja, ja, ja, emprendió un jaleo con la conchita de ficha, de la cosa más ritualista, que no podíamos dejar de mirar –y se quedó en silencio mirando hacia un rincón de la habitación.
Luego de un rato, que la vi como congelada, estática, decidí darle un sacudón para que terminara de contarme la historia y me dijo que cuando mi Tristeza y su amigo Entusiasmo se dieron cuenta, dieron unos pasitos hacia atrás abandonando la orilla y sin dejar de mirar esa escena pintoresca que aparecía ante sus ojos. Pensaron al unísono: ¡qué relación tan extraña! Fue maravilloso.
Esas son algunas de las pocas cosas que me ha contado mi Tristeza de lo que hace cuando está con su Entusiasmo. Hoy al final de la tarde cuando le pregunté por más, se sonrojó y decidió marcharse para regresar otro día. Siempre viene los domingos, le gustan esos días porque dice que el universo respira otra fragancia (puede que sí, puede que no) y que la luna, no importa en qué estación se encuentre, siempre se le aparece redonda, brillante y alcanzable.
Hoy está aquí, como todos los domingos y me dijo que te contara esto, no sé con qué motivo pero sí me dijo por que razón y es que se siente triste. Cuando llegó, le dije que entrara y que fuera a mirar si Entusiasmo estaba dormido en su habitación, ella abrió la puerta de su habitación y se encontró con que él no había regresado aún. Entró con pasitos silenciosos, como para no hacer tanto ruido, y se puso a caminar de un lado para el otro murmurando una canción. Se subió a su cama y se tiro encima de sus almohadas y movía su cuerpo como si tuviera un ataque de epilepsia (me pareció que estaba recordando o haciendo algún “Ritual del Regreso”, es que es como loca, un poco). Luego de diez minutos de verla hacer eso, se detuvo en seco, abrió sus ojos, se dio media vuelta hacia el lado derecho de la cama que está muy cerquita de la pared, estiró su brazo y lo único que encontró fue una postal un poco sucia y empolvada citada desde hace unas fechas caducas, que decía “Mi amada y querida Tristeza, te estoy esperando ansiosamente. Sé que sabes dónde encontrarme. Vístete con nuestro traje de Keinzo. Cómprate un tiquete y regrésate pronto. El festival comienza el próximo sábado. Daremos el primer baile, nuestro Vals, el de siempre… Come Fly with Me de Frank Sinatra. Estaba seguro de que conmigo volverías. Att: Tu Entusiasmo”. Me parece que todavía puede estar esperándola y ella de seguro sabe en dónde es. ¿Qué crees tú que pueda decirle a mi tristeza para cuando tú vuelvas de tu día de trabajo?

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Sobre el autor:
Carol J. Angel. Estudiante de Doctorado en Psicología en la Universidad de Palermo, Buenos Aires, Argentina. Ha publicado poesía en distintos espacios virtuales y distintos artículos, ponencias y textos académicos en distintos congresos (XII Congreso Metropolitano de Psicología Buenos Aires; IX Congreso Internacional de Prevención de Riesgos Laborales, Santiago de Chile, entre otros). Hizo parte del Taller de Creación de Cuento en Luziernaga Café Libro en 2010. El cuento aquí publicado hace parte de la antología "Los Iletrados", proyecto ganador de una de las Becas a la Edición de Antologías de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura de Colombia (2011).

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